El pueblo hoy en día. Calmado. Taciturno. |
La noche de este lunes (dígase
hoy, 20 de enero de 2020) se me antojó revisar las publicaciones que hay por
estos días en Prodavinci. Inmediatamente me llamó la atención la que hace Ana
Teresa Torres, a propósito de ‘Casas Muertas’ de Miguel Otero Silva. Debo
confesar que no pude leerla luego de comenzar el primer párrafo. No porque no tuviese interés, el cual sigue
latente mientras escribo esta publicación en mi blog. No porque no me guste lo
que escribe Ana Teresa Torres; yo admiro a Ana Teresa Torres, me gustaría
conocerla y de paso me encantaría conversar de este tema largo y tendido con
ella. No pude terminar de leerlo por culpa del libro de Otero Silva, pues desde
hace meses ‘Casas Muertas’ ronda en los pasillos de mi ya bastante golpeada
psique. Es un libro cuya memoria se me hace recurrente que desde junio ha
incrementado su presencia.
*
Parte de mi familia es de
Monagas, de un pueblo ubicado en la carretera que va de Maturín a Caripe; yo
diría que a mitad del trayecto, uno encuentra el cruce que lleva al pueblo.
Durante los primeros quince años de mi vida creo que era fijo viajar todas las
temporadas vacacionales a casa de mis abuelos y pasar (dependiendo del asueto)
hasta un mes con ellos. Implicaba realizar labores diferentes, como asistir a
la finca con el abuelo, atender la bodega con la abuela, bañarse en el río, compartir
con los amigos de infancia vacacional, comprar helados en vasito (y por
supuesto tetas de colita con leche), manejar bicicleta, cerrar el día un
maratón de telenovelas a las nueve de la noche (solo RCTV, pues era el único
canal que se veía bien). En general toda una experiencia diferente a la de
Caracas. Lo único que no ocurría era salir de noche más allá de la plaza, a lo
que se conoce “La Pista”, donde prácticamente todo adulto podía (si quería)
lanzarse a tomar y a bailar. Pero fuera de eso, uno disfrutaba de un pueblo que
estaba muy vivo, donde el día era muy movido y la noche muy tranquila, salvo
cuando algún consumidor de bebidas espirituosas tocase la puerta de la casa, ya
pasado de tragos (o de botellas) a pedir refill.
El transporte no era un problema en aquel entonces y la inseguridad se
presentaba por lo general en robos furtivos y respetuosos, pues no se dejaban
ver por sus asaltados. Y si te tocaba buscar un médico, el ambulatorio
probablemente era una opción para algunas cosas o llegar a Maturín también.
*
Pude viajar al pueblo en junio de
2019. En el día es bastante solitario. Las calles no están en el mejor estado y
hay una inmensa cantidad de rejas en casas que otrora exhibían su porche sin
mayor preocupación. El día no es tan movido y la noche es serena… Demasiado. No
creo que esté funcionando “La Pista”. Mucha gente se ha ido… Quizá intuimos
ustedes y yo el por qué. Y la inseguridad los últimos veinte años ha mutado de
los robos furtivos, pasando por los robos cara
è tabla (véase el epílogo) y terminando en asesinatos; al pana que me
enseñó a manejar la bici lo mataron en 2018 y lanzaron detrás de la iglesia.
Otra parte de mi familia es de la
región capital. Y buena parte de Miranda. Así que era muy normal recorrer la
Carretera Panamericana para ir a Los Teques, San Antonio, Carrizal. Y cuando
viví en Los Teques, para mí había tantas cosas, tantos lugares que visitar: El
ateneo, el cine, heladerías, una fábrica de tequeños, parques, plazas, entre
otros. Y los siguientes años la perspectiva cambio completamente. Los Teques se
me convirtió en una ciudad (¿Es una ciudad en realidad?) adversa, llena de
trancas extrañas, bulevares adversos, obras públicas interminables y un sinsentido
urbano. Ya no voy a Los Teques.
*
No recuerdo con exactitud cuando
leí ‘Casas Muertas’. Yo me gradué de bachiller en el 97 y asumo que al menos
dos años antes la propusieron como lectura en tercer año de bachillerato. Así que la leí hace más de dos décadas; no cuenta
haberla leído en la universidad, pues resultó una experiencia mucho más
intelectual. Y sin embargo es un libro tan vital, que solo mencionarlo hace que
aparezca una buena cantidad de fantasmas, todos ellos girando en torno al miedo
que yo tenía (y aún tengo) de ver morir los sitios que para mí son importantes.
Y es justamente la razón por la cual pausé la lectura de la publicación de A.T.
Torres.
Cuando leí casas muertas fue como
tener a mis pueblos ensamblados en una maqueta o pintados en lienzo y de
repente encontrarme con la posibilidad de que el moho llamado desidia devorase la
imagen, sumiéndola en ese detestable estado que queda la madera cuando la
humedad hace de las suyas al no haber supervisión. Las casas, La Pista, el
cine, el ateneo, todos golpeados por el tiempo, cuando no hay un encargado de
hacerle frente, de remover esos excesos que la entropía genera. Y cuando hay
grietas, seres indeseables vienen a habitarlas, apropiándose de la materia y
anidando indefinidamente. Me hace pensar en los pueblos de las historias de H.P.
Lovecraft. Afortunadamente los lugares que les menciono aún no han llegado a esto.
Pero aún hay tiempo.
Hoy en día vivo en Margarita.
Antes de mudarme debo haber viajado a lo largo de dos décadas y pude ver unos
cuantos cambios. Y quizá el más notorio al principio fue ver la Avenida 4 de
Mayo convertida en algo parecido a la Avenida San Martín en Caracas. Y esa
transformación es para mí una muestra de esa entropía que devora constantemente
nuestros espacios a lo largo del territorio nacional. Y no pediré disculpas por
a los románticos por meterme con la Avenida San Martín: Es terrible, es
indeseable, es muestra del rancho en la cabeza, de cómo nos gana la costumbre
por encima de lo bueno que se puede hacer.
Y bien, parte de nuestro problema
son el abandono y las grietas. Desde adolescente he sentido ese miedo de ver
morir cualquier paisaje llamado hogar.
Y lo veo ocurrir en otros estados, otras ciudades. La gente se va, el moho
viene. Y recuerdo ‘Casas Muertas’ toda vez que manejo a lo largo de algunos
pueblos, cuando cruzo cerca de Los Teques, cuando me bajo del metro en San
Martín. Terminado este escrito vuelvo a Prodavinci y leo la publicación de la
escritora, a ver qué propone en ella.
*
Curiosidades a modo de epílogo:
·
- Un día hace como diez años comienzan a robarle el ganado a un familiar. Llega un trabajador y le dice que la vaca que buscaban otro día se ahogó en la laguna y que los trabajadores no pudieron sacarla. Cuando al día siguiente retiran la res fuera del agua, tan solo sale la cabeza y queda en las manos de quien hace la tarea. Imagino que las pirañas también emigran a las lagunas.
- · Me llama la atención que muchos de estos espacios eran el sitio al cual la gente huía dejando sus casas muertas y ahora son futuros cadáveres de casas, calles y carreteras. La gente huía del interior del país para irse a vivir al oeste (o al extremo este) de Caracas. Ya hace años San Martín no es tan atractivo como Chacao. Y mientras el oeste migraba a lo largo del Metro, los transeúntes de Chacao migraron a Altamira y Las Mercedes. Y así la migración interne va desde el interior del país, para llegar al sur de Caracas. Y luego a Nueva Esparta.
- Hace como veinte años ya, me monté en un autobús de San Antonio a Los Teques. Me bajé en el centro, realicé unas diligencias y me fui caminando hasta la parada de autobuses de La Redoma. Para quienes conocen la zona saben que no es tan lejos, tampoco tan cerca y es desagradable el tramo; hace calor, había buhoneros en las aceras y el smog besa a todo el mundo. Cuando llegué a la parada, créanlo o no, se estaba estacionando la unidad de la cual yo me había bajado al menos una hora antes. Y sé que era esa, porque vi bajarse a mucha gente que sé estaba en ella cuando yo me bajé. Hace un año pasé por La Redoma y vi que hay una estación del Metro. Y la zona tenía un aire diferente. Como si Los Teques tuviese la estética de una ciudad de mitad del siglo XX, de esas donde se ambientan las películas basadas en libros de Stephen King.
- No quiero imaginarme el trajín para la atención médica en el pueblo hoy en día. Y tampoco en los hospitales de Los Teques (véase que hace unos años un gobernador perdió la reelección y dicen las malas lenguas que saqueó el Victorino Santaella).