Este título es un
préstamo de una frase que aparece en El Silmarilion, de J.R.R. Tolkien. Si bien el autor nunca se
adentró en el género de la ciencia ficción (aunque de repente puedan aparecer
coletazos de este género), no se puede negar que su interés por la convivencia
con el entorno natural está registrado en su obra referida al lugar que él
llamó La Tierra Media. Vale la pena
releer cualquier referencia a este mundo fantástico para que, como mínimo,
termine uno queriendo ser un elfo o un hobbit, viviendo en un árbol o un hoyo, respectivamente.
Y si nos vamos a las adaptaciones cinematográficas (La trilogía El Señor de Los
Anillos), la referencia es directa a la tala masiva, mostrada sobre todo en La
Comunidad del Anillo y Las Dos Torres, en aras de la industria. En todo caso la
frase no aparece en el mencionado libro, a efectos del tema ambiental… Pero cae
como anillo al dedo más delante de este post.
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Desde
hace unos tres años trabajo con una organización, que entre muchas de las
actividades a realizar, la educación para la convivencia con el medio ambiente y
su conservación resulta un pilar. Durante las vacaciones escolares tratamos de
enseñar a los más jóvenes la importancia de ello así como adiestramos en
acciones coherentes para llevar a cabo tan importante y tan encajonada tarea.
Durante las semanas que dura la temporada, se siente que estamos cambiando al
mundo; comenzamos por las semillas del conocimiento y la ética, sembradas en la
mente y el alma de los participantes. Los mismos aprenden lo básico de la
selección de los desperdicios y también sobre el aprovechamiento de material
reutilizable. Y por supuesto la importancia y cómo no es un trabajo en vano. Y
verdaderamente, quienes trabajamos en esto creemos que no es en vano.
Personalmente, a veces resulta todo un trabajo de creencia, cuando al volver a
la realidad lo aprendido tiene que hacerse camino entre la hiedra de cierta ignorancia
voluntaria de la sociedad. En nuestro país, al menos, hay mucho camino que
recorrer en el tema de la reutilización de materiales, reciclaje y selección de
desperdicios, así como de vertederos, conservación de hábitat, entre otros
temas.
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Tengo
unos cuatro meses viviendo fuera de la región capital del país. A veces extraño
el funcionamiento de una zona urbana de ese calibre. La verdad es que no.
Probablemente extrañe la posibilidad de conseguir ciertos productos y
servicios. Pero no el funcionamiento. Como en muchos estados, la región capital
es productora de toneladas y toneladas de desperdicios y quizá una de las
principales promotoras indirectas de la no-conservación. Si bien algunos
municipios procuran que no sea así, la pelea contra la contaminación tiene como
enemigo a los pobladores de Caracas y otras zonas aledañas. Uno puede entender
que la sobrepoblación no tenga culpables. Pero la basura en la calle, un buen
porcentaje de los casos es responsabilidad de quién la deja allí. Si hubiese
una preocupación canalizada, Caracas, Los Teques, La Guaira, entre otras,
tienen la posibilidad de hacer un gran bien y dar el ejemplo en esta materia.
Por supuesto, hay un porcentaje que corresponde al gobierno nacional, al menos
en el tema la educación, el de vertederos y logística, lo cual a estas fechas
es innegable. No quiere decir que se quite la responsabilidad a los individuos.
Pero si la promoción del aseo y ornato fuese coherente, el gobierno podría
lograr mejoras en todas las aristas. Es cuestión de dar el ejemplo (y no de
obligar de la boca para afuera).
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Parte
de mi familia proviene de un pueblo del interior. En la localidad una de las
actividades más normales y atractivas es el ir a bañarse al río. De hecho, ir
río arriba supone ir a zonas más tranquilas y menos frecuentadas. Me cuentan
que durante los últimos años el río está bastante seco y tal cosa se debe en
parte a tomas que en pueblos que disfrutan del mismo río se hace. Aparentemente
hay bloqueos o desvíos que otrora no estaban presentes. Y estos son causados
por factores humanos. Como consecuencia disminuye el caudal y la posibilidad de
utilizar agua en el pueblo de mi infancia. La gente de la zona (no solo la del
pueblo), sostiene que estos bloqueos no son causados por mucha gente, si no por
individuos particulares. Ocurre algo parecido con la polución de los cauces.
Una cosa es que la gente cruce con el ganado y naturalmente el agua se ensucie
con tierra y excremento. Pero quienes crían ganado saben cómo evitar contaminar
y cómo no afectar a terceros. Las señoras que van a lavar al río, por ejemplo,
no usan otra cosa que jabón azul. Pero durante nuestra aparente bonanza de
plata y el libertinaje de hacer y no medir las consecuencias, ahora la polución
se da con plástico, ropa, metales (véase parrillera portátil), entre otros. Y
es una realidad común a muchos pueblos del interior del país. La educación
ambiental no se asoma. Pero ¿qué importa? Hay agua para rato… ¿O no?
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La isla tiene sus pros y sus contras. Vivir en
Margarita implica un cambio de logística en cuanto a los recursos. El agua es
lo primero. Nos llega dos veces por semana adonde vivo. Y la isla se surte de
agua gracias a una tubería submarina. En estos días el racionamiento ha sido un
poco más severo que en otros meses, por lo cual la logística para lavar,
bañarse, limpiar la casa y hasta cocinar vuelve a cambiar. Por fortuna mi lugar
de trabajo no queda lejos de casa y puedo andar bastante cómo con respecto al
tema… Bueno, un tanto. Uno se pregunta, por qué no han colocado una planta de
desalinización y una de tratamiento, por ejemplo en Macanao, donde a veces no
tienen agua por más de quince días. A quienes les comento esto en la isla me
dicen que la respuesta siempre es: “resulta muy costoso. ¿Muy costoso? No creo
que más costoso que los gastos gubernamentales en subsidios, que bien podrían
convertir en créditos, o las dádivas a otros países, o lo que gasta Maldonado
en cada choque. Además, el país puede asumir los costos de tales plantas.
Ustedes me preguntarán si no será perjudicial para el ecosistema marino. Yo les
responderé que ese estudio se lo podemos dejar a los biólogos que graduamos en
la UDO y que seguramente hallarán una manera segura de evitar que tales
instalaciones dañen el ecosistema con sus estudio. Y si no se pueden montar tales instalaciones,
al menos generaremos empleos con la investigación. Lo mismo se puede aplicar a
la energía eólica, que según dicen acá es obsoleta, pero que en otros países es
muy útil. Además, muchos ambientalistas estarán encantados de estudiar si se
puede o no realizar esta empresa.
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Una
vez conversaba con un familiar sobre el gasto de papel de baño en el mundo. La
plática incluía una revisión sobre lo que se gasta en electricidad y el hecho
de contaminar el entorno de las instalaciones para la producción de materiales
con los cuales se fabrican los secadores automáticos de los baños públicos. Y
luego de hablar y hablar, comparando sistemas de purificación, de recolección,
mantenimiento, entre otros, la conclusión no era otra que la conservación del
medio ambiente no es barata, ni cómoda ni fácil, ni rápida. Pero si uno lo
piensa bien, tampoco lo es la salud. ¿Cuánto tiempo invertimos en gimnasios? ¿Cuánto
tiempo nos lleva trotar o correr? ¿Cuánto tiempo lleva a un escritor terminar una
novela? Evidentemente no es fácil ni cómodo. Seleccionar basura, respetar
cauces de ríos, investigar ecosistemas son tareas que a primera vista no
reportan una ganancia. Pero son una inversión. Así pasa con los filmes de
culto. No reportan ganancia directa ni enriquecen el bolsillo a primera
oportunidad. Y la conservación no es otra cosa que la salud del ambiente, la
salud del planeta. Como pasa con la salud el individuo, se construye con
disciplina, en el tiempo. Cara es la paga, pero buena será la compra.
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Para despedirme, comparto unos avances cinematográficos que van en esta onda de promover conciencia ante los recursos del planeta. Sobre los excesos y sobre las carencias... Un poco de todo... Excelente día para todos.